No quería entrar en este tema tan candente, pero viendo la repercusión que tiene sobre nosotros los ciudadanos contribuyentes, votantes no inmersos en el partidismo político y ante las discrepantes manifestaciones de los políticos de signo contrario, quiero expresar mi opinión.
Esta desafortunada fantasía de “La Memoria Histórica” no es más que producto de una alucinación de los políticos para distraernos de problemas actuales mucho más importantes, y, como consecuencia crean unos daños colaterales que perjudican entre otras cosas directamente a nuestras actividades y economía.
La Historia es el conocimiento del pasado de la humanidad, desde la aparición del ser humano hasta nuestros días, y por mucho que se quiera maquillar no se puede cambiar.
El echo de retirar los símbolos franquistas no va a cambiar la historia y teniendo en cuenta que unos fueron sufragados por suscripción popular y los restantes con los impuestos de todos los españoles de aquel tiempo me parece una burla dirigida hacia esas personas por unos autodenominados demócratas, que sólo lo son de boquilla. ¿Por qué no derriban la Universidad Laboral de Gijón?, que por cierto el presidente del Principado de Asturias (PSOE)le está sacando buen partido en su beneficio. ¿Por qué no tiran la Cruz del Valle de los Caidos en Cuelgamuros?, y que en su construcción costó muchas vidas humanas de compatriotas nuestros.
En cuanto al cambio de los nombres relacionados con hechos o personajes del franquismo y que afectan a edificios y calles, lo considero un quebranto y pérdida de tiempo para las personas y negocios que residen en esos lugares, ocasionándoles además unos gastos absurdos para adaptar los cambios debidos a la nueva nomenclatura. Y no sólo afecta a la época de la dictadura franquista, también a la de la actual “democracia” y tenemos el ejemplo en Oviedo de intentar cambiar el nombre del apeadero de Llamaquique por el de Clara Campoamor, que fue diputada e impulsora del sufragio femenino durante la II República.
La vanidad y los intereses de los políticos de turno, pretenden “perpetuarse” dando sus nombres a monumentos, edificios, calles , etc., aunque sea temporalmente y hasta que otros de signo contrario los cambien por los afines del momento, o bien, loando a personajes adictos al régimen actual o de la monarquía. ¿Quizás el Auditorio Principe Felipe de Oviedo siempre se va a denominar así? Me temo que con los movimientos juveniles refractarios a la Casa Real, surgidos a raíz de la desafortunada judicialización de la viñeta de la revista humorística “El Jueves”, se percibe una oposición de nuestros jóvenes hacia el sistema parlamentario vigente.
Y con los nombramientos honoríficos que otorgan los políticos ocurre otro tanto de lo mismo. Son de quita y pon.
Señores políticos, a nuestras calles no sería mejor reconocerlas por una numeración o por nombres de montes, ríos, flores, etc. evitando los referentes a personajes de la política o sus afines, de la religión, o sea, nombres inocuos y perdurables.
José Sobrado García
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